¿Qué nos preocupa? ¿Por qué nos
preocupa? Paso haciéndome esas preguntas últimamente. Miro las
encuestas y me dicen que a la gente le importa “la seguridad y la
educación”. Términos extraños, términos tan amplios y difusos
que abarcan casi todo. O tal vez nada. Términos que se me hacen cada
día más vacíos.
La educación empieza por casa y es en
casa donde, según las cifras de violencia doméstica, debería uno
prestar más atención a la seguridad. En 2013 hubo 26.086 denuncias
por violencia doméstica y, si utilizamos las reglas del día a día, sabemos que si hubo esa cantidad de denuncias, debe de haber muchísimos
más casos que no se denuncian.
Cuando le pido a la maestra y al
policía que me arregle lo que yo no he podido arreglar, en realidad
les estoy pidiendo algo casi imposible. Les estoy pidiendo que
arreglen algo que rompimos entre todos y que, a pesar de que nos
preocupa, lo seguimos rompiendo.
Sentirse seguro. Eso es lo que
perseguimos como un conejo detrás de una falsa zanahoria. Insisto: ¿Qué nos preocupa? ¿Qué necesitamos para sentirnos
finalmente seguros? ¿Será que alguna vez nos podremos sentir así?
Cada vez que veo que alguien está poniendo rejas en la casa, me
pregunto si alguna vez se sentirá tan seguro para decidir
sacarlas. Yo creo que no. No quiero sonar pesimista, pero creo que
una vez que una reja se pone, es casi imposible que se saque.
La realidad nos muestra más violentos,
más inseguros y más temerosos de perder lo que tenemos.
“Pero la violencia es un hecho, está
ahí, en la calle, en la tele, en los diarios. ¿A quién no le han
robado?”. Si, todo eso es verdad. La delincuencia está ahí, es
real. Y tenemos miedo de que nos roben los pocos pesos que llevamos a
nuestros bolsillos.
“Peor aún; tenemos miedo de que nos
maten, como si nada”. No. Hasta ahí no llegamos. No seamos
hipócritas. Tal vez si no somos tan hipócritas, empecemos a
solucionar en serio nuestros problemas de educación y a sentirnos un
poco más seguros.
En Uruguay seguimos siendo pocos y
aquí todo se sabe. En 2013 mataron a 258 personas en todo el
país. Las muertes son todas muertes, son todas terribles, son todas
absolutas, pero la realidad dice que gran parte de estos asesinatos
fueron cometidos por personas que la víctima conocía y que otra
gran parte fueron muertes en “ajustes de cuentas”, relacionadas
con el enfrentamiento entre grupos violentos. Por lo tanto, la
probabilidad de que a usted lo maten en Uruguay es de casi 8 en
100.000. Y si quitamos las muertes por ajustes de cuentas o entre
personas que mantienen algún tipo de relación con su victimario, la
probabilidad de que a usted lo maten en Uruguay es casi, casi nula.
Nada más frío y real que esos
números. Lamentablemente, los números nunca ayudan a hacernos
sentir más seguros.
Si yo le digo a usted que es dos veces
más probable que su hijo muera en un accidente de tránsito o que
decida quitarse la vida a que alguien lo asesine, entonces tal vez
pueda sentirse de otro modo.
Sí, dos veces más probable. No están en los discursos políticos, mucho menos en los “programas
políticos”. No están en las tapas de los diarios ni en las
aperturas de los informativos. Tal vez por eso no nos preocupan
tanto. Tal vez por eso no nos ocupan tanto. Pero son muchos más.
El año pasado perdimos a 541
uruguayos porque decidieron dejar de vivir. En tranquilos pueblos
del interior del país, allí donde aún se puede dejar la puerta
sin llave, hay gente que se está matando en silencio.
El año pasado perdimos 567 uruguayos en las rutas y en las calles del país. Niños totalmente inocentes,
personas que iban tranquilamente a trabajar, jóvenes que sólo
querían divertirse sin joder a nadie.
Ya lo dije una vez y ahora lo reafirmo
y lo expando. El Uruguay más violento no es el del delincuente que
mata. El Uruguay más violento es del que manda mensajitos de texto
mientras maneja, el que no ayuda al que está pensando que no vale la
pena vivir más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario