Uno sale a la calle con miedo. No es una afirmación política, al menos no política partidaria. Es una realidad que aunque a algunos nos cuesta asumir, se levanta ante nosotros como un muro inmenso contra el que una y otra vez nos estrellamos.
Podemos hablar de una sociedad más violenta, de las causas más
profundas que nos infunden el miedo y que posiblemente nos lleven a
conclusiones más acertadas, a un abordaje más correcto del problema. Pero,
sabrán disculparme la licencia, no es lo que buscaré en estas líneas esencialmente
catárticas.
Hoy, uno sale a la calle y no sabe si vuelve a su casa. La
inseguridad es un problema, al caminar por las calles, al ir a hacer los
mandados o al ir a trabajar, uno, si piensa un poco, no puede sentirse del todo
seguro.
Comenzó siendo un problema real en la gran ciudad, pero hoy es un problema hasta en los pueblos más pequeños, hasta en los tranquilos balnearios de la costa. No importa si es de noche o de día, no importa que uno tome todas las precauciones, nunca estamos a salvo de cruzarnos con alguien que nos arruine el día o la vida entera.
Nos da miedo que nuestros niños anden por la calle, que
nuestros abuelos anden por la calle y hasta andar por la calle nosotros mismos.
Si vamos solos o estamos acompañados parece que ya no importa, siempre estamos
en peligro.
Lo dicen los informativos en la tele, lo dice la radio y lo
dicen las páginas de los diarios. Pero seamos realistas, esto está lejos de ser
una simple construcción mediática. O somos víctimas, o conocemos a alguien que
haya sido víctima. No es necesario que nos lo cuenten los medios para saber que
este mal que tan inseguros nos deja (al menos a mí) es hecho de nuestra vida
cotidiana.
Yo me rehúso a asumirlo como parte de mi vida que no podré
nunca modificar. No podemos asumir nuestros muertos, nuestros heridos, nuestros
traumados, nuestras familias destruidas, nuestras vidas truncas, como si fueran
parte inexorable de nuestro destino.
El problema nos afecta a todos. Los repartidores que andan
regalados por ahí, los jóvenes que salen a disfrutar las noches, los más viejos
en pleno centro de Montevideo, todos en todos lados nos sentimos inseguros. Es
verdad, hay zonas más peligrosas y zonas menos peligrosas, pero siempre estamos
amenazados, hasta en el más tranquilo de los pueblitos del norte olvidado.
Tenemos que hacer algo. Tenemos que hacer mucho. Todos. El
gobierno ha tomado algunas medidas en los últimos años, pero siguen siendo muy
pocas. La educación nos puede salvar, porque hay que educar el respeto por la
vida humana, por el otro. Pero la educación no es todo. Las organizaciones
sociales reclaman, pero tampoco hacen mucho. Los partidos de la oposición
hablan del problema, pero no proponen medidas efectivas.
Una vez más: no podemos acostumbrarnos a vivir con esta
inseguridad. 1.4 compatriotas muertos al día en el año 2012. Y seguramente
muchísimos más heridos, física y sobre todo mentalmente. Es una crisis, es un
escándalo, y de nada sirve intentar guardar el muerto en el ropero, porque
tantos muertos no entran en ningún ropero.
El gobierno tiene que hacer lo suyo. Yo seré el primero en
salir a reclamárselo en marchas, movimientos o lo que la sociedad genere. Pero
nosotros también hagamos al algo. Al fin y al cabo, no es el gobierno el que
nos está matando, somos nosotros, entre nosotros mismos.
499 muertes en un año. Son mujeres, hombres, niños, jóvenes
y adultos. Tenemos que cuidarnos más, querernos más. De otra forma, no podremos
recuperar la tranquilidad de la que tanto nos hablan nuestros padres y abuelos.
A esta altura ya se habrán dado cuenta de qué les hablo: pasamos mucho tiempo hablando de robos, asaltos y copamientos y sólo en el primer semestre de este año ya son 290 muertes en
accidentes de tránsito en todo el país. Esta cifra ya no la podemos reducir, en
nosotros esta hacer que no crezca.
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