No es este un artículo que vaya a
describir la situación de desigualdad a la que las mujeres
uruguayas (y las de prácticamente todo el mundo) enfrentan en el día a
día. Para eso basta mirar a nuestro alrededor.
Por suerte, y porque somos una sociedad con cierto contenido progresista (no en el sentido frenteamplista), hemos logrado dar vida a organizaciones sociales que defienden desde hace años los derechos de las mujeres. No solo los defienden, sino que los crean y los hacen valer en la ley. Está allí el trabajo de hormiga de MYSU, que personalmente sigo atentamente desde hace años y valoro, pero también está el de muchas otras organizaciones sociales que han empujado para que la situación de desigualdad entre hombres y mujeres sea cada vez menor y tal vez, en un día soñado, desaparezca.
Estas organizaciones han empujado para
que otras, más grandes, de mayores alcances, como el PIT CNT,
empiecen a ver a las políticas de género con más interés. Es
interesante notar lo que la clase obrera ha avanzado en temas de
igualdad de género, de derechos de las mujeres. Es insuficiente,
pero auspiciosamente interesante. Pero este artículo tampoco es sobre la situación de desigualdad de las mujeres en el mundo del
trabajo. Porque de eso ya sabemos mucho, y todavía no hemos hecho
(como sociedad) casi nada.
Lo que me empuja a escribir estas
líneas es la situación de las mujeres en el sistema político. Tal
vez, a los ojos del mundo, una participación algo vergonzosa, pero
que puede estar dando señales de querer cambiar.
Sabemos que en nuestro Parlamento las
mujeres electas son excepciones (19 en 129). Lo son en las
direcciones de los ministerios (dos en 13) y también en las
intendencias (tres en 19). Algo extraño teniendo en cuenta que las
nenas son el 52% de este país, pero que habla directamente de un
sistema político emparentado con el patriarcado y mucho más
machista que el conjunto de la ciudadanía.
Para enfrentar esta realidad se ha
votado una Ley de Cuotas que estará vigente en estas elecciones
nacionales y que prevé que en cada lista, cada tres personas, dos
sean de un sexo y la tercera del otro (en cualquier orden). Será
interesante ver cómo la clase política reacciona a esto y cómo lo
hacemos luego los electores.
Algunos medios han apuntado a que ya hay quienes despliegan jugarretas para saltarse esta Ley. La forma de
hacerlo parece sencilla y podría provocar que muchos nenes conserven
su banca y pocas nenas conquisten nuevos lugares en la política.
Porque si hay algo que tenemos en común nenes y nenas, es que no nos gusta que nos desplacen del poder, y si entran nenas,
nenes deben salir (probablemente y lamentablemente, los más
jóvenes).
Veamos algunas interrogantes que son, a
mi parecer, justas de plantear.
¿Es la Ley de Cuotas una herramienta justa y eficaz?
Muchos creen que no. Yo creo que
una Ley de Cuotas mantenida en el tiempo es un engaño, pero en el
caso de un proceso electoral (tal vez hasta dos) puede ser un empujón
necesario para que las mujeres conquisten el terreno que por
representatividad les pertenece y hoy les es negado.
La Ley puede impulsar nuevos liderazgos
femeninos, abrir nuevos espacios en el Parlamento y, algunos creen,
mejorar la sensibilidad y la forma en que se abordan algunas
temáticas. Mientras más equilibrio entre la presencia de mujeres y
hombres, más calidad de la democracia, afirman algunos. Esto nos
abre nuevas interrogantes.
¿Cambiará en algo la conformación y el trabajo del parlamento con más mujeres en él?
Lo primero que se me viene a la mente
es que la mayoría de las juventudes (de todos los partidos) cuentan
con una fuerte presencia femenina, pero son hombres los que se
proyectan a los cargos de mayor representatividad. Esto dice que, los
políticos de mañana no necesariamente están abordando el tema de
la igualdad de género de una manera muy diferente.
Lo segundo es que la amplia mayoría
de los grupos políticos que presentarán listas al Parlamento,
llevarán mujeres de manera forzada para cumplir con la Ley. Esta
afirmación se desprende del hecho de que las mujeres, salvo alguna excepción, ocuparán un tercio de las listas, justo lo que impone la
legislación, ni más, ni menos.
Y lo tercero es el impacto que las
mujeres que hoy están en el Parlamento tienen en la ciudadanía. A
mi entender, son pocas las que han logrado aportar efectivamente un
punto de vista fresco, nuevo y de peso que demuestre su verdadero
aporte al sistema político y a la ciudadanía en general (vale decir
que son muchos los legisladores hombres que llevan años en el Parlamento y que aún no nos explicamos qué hacen allí).
De nada sirve que las mujeres entren al Parlamento a ser peones de líderes hombres. En el Partido Colorado siempre se impone la voluntad de Pedro Bordaberry, hombre. En el
Partido Nacional Verónica Alonso y Ana Lía Piñeyrúa han
demostrado en sobradas ocasiones su posición conservadora y
patriarcal votando en contra de leyes que amplían los derechos de la
ciudadanía en general (Piñeyerúa tiene el dudoso mérito de haber
votado en ambas cámaras en contra del matrimonio igualitario) y de
las mujeres en particular (ambas legisladoras se mostraron contrarias
a darles el derecho al aborto a sus congéneres). Y en el Frente
Amplio, apenas Constanza Moreira y Mónica Xavier han logrado
construir ciertos liderazgos entre sus pares masculinos.
Cuando veo a Graciela Bianchi
aplaudiendo emocionada los discursos de Lacalle Pou o al MPP
decidiendo poner a José Mujica primero en su lista (por sobre Lucía
Topolansky) sólo persiguiendo fines electorales, me desmotivo. Pero
la esperanza es lo último que se pierde. Sobre todo la esperanza en
las mujeres.
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