No es por achacarle una más a la educación, pero en el liceo
nadie te explicaba bien qué era la democracia. Muchos de mis compañeros, estoy
seguro, seguirán pensando que es la simple posibilidad de votar cada tanto.
Otros (espero que la mayoría) sabemos que es mucho más que eso.
Cuento 29 años de vida y ya son 30 de democracia en
este país. Un número redondo que nos deja en bandeja la posibilidad de
reflexionar, o mejor dicho, de pensar un poco. ¿Qué calidad tiene nuestra democracia? ¿Qué
tan democráticos somos? ¿Qué tan buena es la democracia? ¿Qué tan malos fueron
los años sin ella?
Nos encanta cuestionar la democracia en los vecinos, decir
que somos los expertos de la democracia en la región, pero a veces dudo si
entendemos bien ese concepto tan amplio. No importa, no me voy a poner a hacer
grandes declaraciones sobre un sistema y un concepto que me genera mis grandes
dudas. La idea es otra.
Los mismos tres grandes partidos que vieron (y cabe
preguntar si también en parte hicieron) caer la democracia en 1973 se reencontraron
con ella años más tarde y, desde entonces, los tres han gobernado este país. No hay muchas novedades en ese frente.
Recuperada la democracia, el sistema político no tardó tanto en recuperarse, se
volvieron a celebrar elecciones, se volvieron a enfrentar intereses dentro de
los partidos, se sustituyeron insustituibles líderes y el sistema político
avanzó sin grandes sobresaltos. Las opciones no cambiaron demasiado: apenas
algunos partidos extremadamente minoritarios. Pero de política que sigan
hablando los politólogos.
Lo que me preocupa y me llama a la reflexión cuando pienso
en estos 30 años es que he llegado a la conclusión de que no hay democracia
real sin una sociedad civil sana y movilizada. Y cuando miro a la sociedad
civil, no la veo sana.
Las dos principales organizaciones sociales de la salida de
la dictadura transitaron en estos 30 años caminos bien distintos que, sin
embargo, las han llevado a destinos bastante similares. Tanto el movimiento de
trabajadores organizados como el de estudiantes organizados gozan hoy de una
legitimación social mucho menor a la que tenían 30 años atrás, en aquella
primavera.
El PIT-CNT puede presumir hoy del mayor número de afiliados
en la historia, de conquistas importantísimas para los intereses de un sector,
pero no de una clase, y mucho menos de una sociedad-pueblo.
La llegada del Frente Amplio al poder no ha hecho más que complicar las cosas para
la central obrera. Salvo las marchas masivas del SUNCA (que defendieron
intereses específicos de cierto sector), me cuesta pensar un nivel de
convocatoria alto en cualquier manifestación del PIT-CNT desde 2005 hasta hoy. Además, la imagen de muchos gremios que conforman la central está
duramente cuestionada por el grueso de la sociedad.
La otra organización social de gran relevancia en aquella
salida de la dictadura, el movimiento estudiantil devenido FEUU, recorrió
un camino de desinfle en los últimos 30 años.
Hoy, flaca y sin mayor poder de convocatoria, la FEUU se muestra
difusa, borrosa, dividida y muy lejana a la sociedad que la vio nacer y crecer.
¿Se imaginan una FEUU que represente y defienda el pensar y sentir de los
jóvenes uruguayos? Una vez existió algo así; ahora está lejos.
No se trata de criticar a las organizaciones sociales que
fueron protagonistas de aquella salida de la dictadura. Simplemente intento
observar a la democracia sin ellas fuertes, como lo eran hace 30 años. Parece
una democracia más débil. La culpa no es del PIT-CNT o de la FEUU, ni siquiera
creo que sea la culpa de los partidos políticos. Para mí la culpa es tuya. Y
mía un poco también.
No nos movemos, no nos importa, no nos sentimos parte ni de
la solución ni del problema. La plata que entró al país en estos últimos diez años no hizo más que distraernos todavía más.
Ser pesimista no está entre mis intenciones. Yo tengo 29
años, voy para 30. Viví toda mi vida en democracia. Estoy contento por eso y
orgulloso de los que hicieron algo para que yo pudiera hacerlo.
El año pasado la Comisión No a La Baja movilizó muchísima
gente en todo el país para lograr algo. No fue el PIT-CNT, ni la FEUU, ni el
Frente Amplio. Fue la sociedad civil desorganizada y organizada para algo en
particular. Dio frutos ese rejunte. No solo logró su objetivo sino que prendió
una lucecita de esperanza.
Yo a esa luz ya la vi cuando nos juntamos para despenalizar
el aborto atrás de algunas organizaciones de mujeres, cuando nos reunimos
en torno a Ovejas Negras para aprobar el matrimonio igualitario y cuando
salimos a caminar por la regularización del mercado de marihuana con Proderechos.
Lo de No a la Baja fue como una frutilla para la torta de cinco años que estoy
seguro que vamos a recordar vitales para la democracia uruguaya.
Las pruebas están sobre la mesa. Cuando algo nos mueve (o
más bien nos sacude) de enfrente del televisor-smartphone-tablet-computadora,
la sociedad civil está. No está detrás de organizaciones que parecen hasta un
poco anacrónicas, pero está. Se organiza para enfrentar ese algo que la sacude
y rápidamente se vuelve a desorganizar.
Vos, yo y todos. La sociedad civil presente y movilizada es
clave para que exista democracia real. Y no estoy tan seguro de que estemos
haciendo bien los deberes.
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