miércoles, 22 de abril de 2015

30 años de nosotros




No es por achacarle una más a la educación, pero en el liceo nadie te explicaba bien qué era la democracia. Muchos de mis compañeros, estoy seguro, seguirán pensando que es la simple posibilidad de votar cada tanto. Otros (espero que la mayoría) sabemos que es mucho más que eso.

Cuento 29 años de vida y ya son 30 de democracia en este país. Un número redondo que nos deja en bandeja la posibilidad de reflexionar, o mejor dicho, de pensar un poco. ¿Qué calidad tiene nuestra democracia? ¿Qué tan democráticos somos? ¿Qué tan buena es la democracia? ¿Qué tan malos fueron los años sin ella?

Nos encanta cuestionar la democracia en los vecinos, decir que somos los expertos de la democracia en la región, pero a veces dudo si entendemos bien ese concepto tan amplio. No importa, no me voy a poner a hacer grandes declaraciones sobre un sistema y un concepto que me genera mis grandes dudas. La idea es otra.

Los mismos tres grandes partidos que vieron (y cabe preguntar si también en parte hicieron) caer la democracia en 1973 se reencontraron con ella años más tarde y, desde entonces, los tres han gobernado este país. No hay muchas novedades en ese frente. Recuperada la democracia, el sistema político no tardó tanto en recuperarse, se volvieron a celebrar elecciones, se volvieron a enfrentar intereses dentro de los partidos, se sustituyeron insustituibles líderes y el sistema político avanzó sin grandes sobresaltos. Las opciones no cambiaron demasiado: apenas algunos partidos extremadamente minoritarios. Pero de política que sigan hablando los politólogos.

Lo que me preocupa y me llama a la reflexión cuando pienso en estos 30 años es que he llegado a la conclusión de que no hay democracia real sin una sociedad civil sana y movilizada. Y cuando miro a la sociedad civil, no la veo sana.

Las dos principales organizaciones sociales de la salida de la dictadura transitaron en estos 30 años caminos bien distintos que, sin embargo, las han llevado a destinos bastante similares. Tanto el movimiento de trabajadores organizados como el de estudiantes organizados gozan hoy de una legitimación social mucho menor a la que tenían 30 años atrás, en aquella primavera.

El PIT-CNT puede presumir hoy del mayor número de afiliados en la historia, de conquistas importantísimas para los intereses de un sector, pero no de una clase, y mucho menos de una sociedad-pueblo.

La llegada del Frente Amplio al poder no ha hecho más que complicar las cosas para la central obrera. Salvo las marchas masivas del SUNCA (que defendieron intereses específicos de cierto sector), me cuesta pensar un nivel de convocatoria alto en cualquier manifestación del PIT-CNT desde 2005 hasta hoy. Además, la imagen de muchos gremios que conforman la central está duramente cuestionada por el grueso de la sociedad.

La otra organización social de gran relevancia en aquella salida de la dictadura, el movimiento estudiantil devenido FEUU, recorrió un camino de desinfle en los últimos 30 años.

Hoy, flaca y sin mayor poder de convocatoria, la FEUU se muestra difusa, borrosa, dividida y muy lejana a la sociedad que la vio nacer y crecer. ¿Se imaginan una FEUU que represente y defienda el pensar y sentir de los jóvenes uruguayos? Una vez existió algo así; ahora está lejos.

No se trata de criticar a las organizaciones sociales que fueron protagonistas de aquella salida de la dictadura. Simplemente intento observar a la democracia sin ellas fuertes, como lo eran hace 30 años. Parece una democracia más débil. La culpa no es del PIT-CNT o de la FEUU, ni siquiera creo que sea la culpa de los partidos políticos. Para mí la culpa es tuya. Y mía un poco también.

No nos movemos, no nos importa, no nos sentimos parte ni de la solución ni del problema. La plata que entró al país en estos últimos diez años no hizo más que distraernos todavía más.


Ser pesimista no está entre mis intenciones. Yo tengo 29 años, voy para 30. Viví toda mi vida en democracia. Estoy contento por eso y orgulloso de los que hicieron algo para que yo pudiera hacerlo.

El año pasado la Comisión No a La Baja movilizó muchísima gente en todo el país para lograr algo. No fue el PIT-CNT, ni la FEUU, ni el Frente Amplio. Fue la sociedad civil desorganizada y organizada para algo en particular. Dio frutos ese rejunte. No solo logró su objetivo sino que prendió una lucecita de esperanza.

Yo a esa luz ya la vi cuando nos juntamos para despenalizar el aborto atrás de algunas organizaciones de mujeres, cuando nos reunimos en torno a Ovejas Negras para aprobar el matrimonio igualitario y cuando salimos a caminar por la regularización del mercado de marihuana con Proderechos. Lo de No a la Baja fue como una frutilla para la torta de cinco años que estoy seguro que vamos a recordar vitales para la democracia uruguaya.

Las pruebas están sobre la mesa. Cuando algo nos mueve (o más bien nos sacude) de enfrente del televisor-smartphone-tablet-computadora, la sociedad civil está. No está detrás de organizaciones que parecen hasta un poco anacrónicas, pero está. Se organiza para enfrentar ese algo que la sacude y rápidamente se vuelve a desorganizar.

Vos, yo y todos. La sociedad civil presente y movilizada es clave para que exista democracia real. Y no estoy tan seguro de que estemos haciendo bien los deberes.

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