Un año que tuvo mucho olor a transición. Alguien parece
haber mojado los fuegos artificiales del progresismo latinoamericano, que desde
hace más de diez años está iluminando los cielos de la región.
Ya no está Lula, ni Néstor, ni Chávez. Bachelet y Vázquez
vuelven pintados de centro izquierda, de social democracia, de conservadurismo.
Evo Morales y Rafael Correa se van desgastando con los años, como todo. Antes
de irse, o de gastarse, sacaron a millones y millones de latinoamericanos de la
pobreza. Ya nada será igual en este continente, le pese a quien le pese.
Como hubo un antes y un después de los terribles golpes de
Estado en la región en los 70, como hubo un antes y un después de los
desastrosos intentos neoliberales de las derechas en los 90, el nuevo milenio
marcó un antes y un después con una etapa de progresismos en la región que se
centró en revertir la extrema pobreza generada por los procesos anteriores, en
brindar voz a quienes nunca la habían tenido (mujeres, indígenas, minorías
raciales, sexuales, las clases más oprimidas, las víctimas de las dictaduras) y
pregonar la unidad regional por sobre la tradicional relación de metrópoli-colonia.
Elegimos a esos gobiernos, los sudamericanos, para que nos
saquen de la pobreza y la recesión, para que nos ayuden a eliminar las
desigualdades endémicas de este continente, para que implanten una mejor forma de gobernar, más justa, más
limpia, más humana.
El éxito o el fracaso que tuvo cada uno de los gobiernos
progresistas de la región te corresponde medirlo a vos.
En las urnas, hasta 2014, las mayorías reafirmaron una y
otra vez (salvo algunas aisladas excepciones) a los gobiernos progresistas en
Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay y Venezuela y dieron
señales aisladas en el mismo sentido en Perú, Paraguay y Colombia. Pero todo
eso puede que ya sea historia.
En 2015 llegó Macri a Argentina y la Venezuela de Maduro
perdió las elecciones legislativas a manos de la oposición de derecha. ¿Qué nos
queda esperar en este año que comienza? Los gobiernos progresistas en América
del Sur nacen de la crisis, no de la bonanza. Y lo que nos espera en este año
que comienza no es bonanza, sino un duro enlentecimiento de nuestras economías.
En estos más de diez años en el poder los gobiernos
progresistas no han podido cambiar realmente el modelo económico, no han
querido o no han logrado poner un freno a la concentración del capital o a la
extranjerización de la tierra, no han alcanzado suficiente incidencia sobre el
poder mediático funcional siempre a la derecha y poco éxito han tenido en
correr a la región de su rol de simple exportador de materias primas en el
concierto global.
Pero los sudamericanos ya no somos los mismos que en el
2000. La mezcla de bonanza económica y gobiernos progresistas hizo que la pobreza pasara de 44% a 28% en el continente en apenas 12 años. Ese proceso
amenaza con revertirse. Los precios internacionales ya no son tan excepcionales
y los resultados de algunos gobiernos progresistas ya no son tan buenos,
acosados por la inflación y la corrupción que había sido antes patrimonio de
las derechas.
Hay dos luchas que, en palabras del sociólogo Boaventura de Sousa Santos, deben profundizarse: hegemonía y constitución. Los cambios
llevados adelante por los progresismos sudamericanos no sobrevivirán en el
tiempo si no hay nuevas constituciones que marquen en la letra de ley la
inclusión de los antes excluidos, las nuevas nociones de nación, de democracia
participativa y representativa y la defensa de los recursos de todos. Tampoco
sobrevivirán al tiempo si no hay una disputa directa con los sistemas
hegemónicos, en la educación, en los medios de comunicación de masas y en los
nuevos medios alternativos, en la investigación científica, en la academia, la
cultura, el entretenimiento y en el sector productivo.
Las nuevas izquierdas europeas aprendieron mucho de lo que
las sudamericanas tenían para decir. Tal vez es hora de que nosotros empecemos
a ver allí en el Sur de Europa algunas lecciones importantes.
Para que todo lo construido por los gobiernos progresistas
en los últimos 15 años sirva, esos gobiernos y fuerzas políticas, que ahora
parecen en retirada, deben mutar drásticamente, recuperar los fuertes lazos
perdidos con las izquierdas sociales, desterrar la corrupción y plantear confrontaciones
más inteligentes (con discursos actualizados) en los campos de batalla
(hegemonía y constitución).
La derecha construye al mejor candidato pop. Te va a decir
que hablar de derecha e izquierda ya fue,
que la confrontación debe quedar en el pasado, que juntos, en una inmensa
burbuja de jabón, podemos cambiar. Te va a decir nada, pero te lo va a decir
lindo. Es que la derecha está frente a su mayor oportunidad de retornar al
poder en las últimas dos décadas. La izquierda debería notar que también está
ante una oportunidad única, sería una pena que la ceguera nos quite lo logrado.
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