Eso debería provocar lo sucedido en Semana de Turismo en
el laboratorio del Grupo de Investigación Arqueológica Forense del Uruguay
(GIAF).
Los hechos: alguien entró en un edificio de la Facultad de
Humanidades de la Universidad de la República, más específicamente en el
laboratorio del GIAF, donde se trabaja en la búsqueda de restos de
desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Además de entrar, robaron discos duros, borraron otros y marcaron con un círculo en un plano de la ciudad nueve ubicaciones que corresponden a las direcciones de los hogares de
nueve investigadores del equipo.
La información surgió en el mediodía de un lunes y hoy ocupó
un espacio en las tapas de los matutinos la diaria y El Observador. Es aún poco
lo que se sabe, pero alcanza para sacar algunas conclusiones.
A mí cuando me dicen que lo que pasó ya pasó, que no hay que
remover el pasado, me da (con la disculpa por el término) cagones. Lo que pasó
en Semana de Turismo en Humanidades debería ser un escándalo de proporciones
en un país que realmente estuviera buscando memoria, verdad y justicia. Pero
no.
¿Cómo pueden irrumpir tranquilamente a un edificio en pleno
centro de la ciudad, que supuestamente tiene alarma y reja? ¿Qué seguimiento le
haremos como sociedad a este caso? ¿Qué seguimiento le hará la prensa?
¿Investigará la prensa este hecho? ¿Cómo van a responder las autoridades del
Ministerio del Interior? ¿Y Eleuterio? ¿Cuándo se van a dar las conferencias de
prensa? ¿Cuáles van a ser los refuerzos de seguridad a éstas y otras
instalaciones vulnerables? ¿Cuándo vamos a apoyar a esos nueve señalados desde
la oscuridad? ¿Para eso no salimos a la calle?
Lo primero que sentí cuando leí, casi sin creerlo, que
habían marcado las casas de los investigadores, fue miedo. Luego impotencia.
Miedo e impotencia. Tal vez sea eso lo que querían generar quienes entraron en
aquel laboratorio. Lo mismo que se preocupaba en sembrar en muchos la dictadura
cívico militar 40 años atrás.
Pero no, ni miedo ni impotencia podemos tener ante esta
situación. No lo han tenido quienes vienen investigando hace años, buscando a
los que faltan hace décadas, intentando contracorriente remover el pasado, tampoco
podemos tenerlo nosotros.
Lo que pasó es una muestra, tal vez la más patente en los últimos
años, de que los hijos de puta están ahí, nerviosos, preocupados por que no
encontremos a los que nos faltan. Es una
prueba de que son reales, no son viejos fantasmas que solo habitan en cuentos
prohibidos.
Quienes militan por los derechos humanos desde hace años
pueden ver ingenuidad en estas líneas. Pero los demás, lamentablemente los más,
los que miran siempre para el costado cuando incomoda, los que no marchan en
silencio, los que no votan ni quieren pensar si votar o no en un plebiscito,
ellos, seguramente están pensando que exagero, que el escándalo lo quiero
inventar yo. Tan triste como eso.
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