Y no pasó nada. No al parecer. Me levanté, llegando al
mediodía me conecté a Internet y vi tal vez el último discurso como presidenta.
Por la calle nadie llevaba ninguna señal de haberlo notado siquiera. Las bolsas
de compras en la principal avenida, el tráfico fluido, la gente quejándose del
frío y de la acumulación de días grises. En el trabajo tampoco, ni la más
mínima palabra. De noche revisé los principales medios locales para confirmar
que no era un sueño. Entre detalles de un importante partido de fútbol por la Copa
Libertadores, envueltos en frialdad y sin arriesgarse a ser claros, los medios
me confirmaron la noticia.
Pensé en los que estaban en la calle esperando gritar goles.
Pensé en la oficina. Pensé en una madre que vi por la mañana arrastrando a su
niña a la escuela. A ninguno le importaba nada. No había signos de tristeza, de
batalla perdida, de injusticia. A lo sumo se preocuparon por el empate de
locatario, por las cuentas que se acumulan y cada vez cuesta más pagarlas, por
el frío que no da tregua.
Entré en las redes sociales para saber si alguien había
acusado recibo. Era como un diálogo de sordos. Mientras unos sufrían por el
mayor golpe a la democracia latinoamericana de los últimos 30 años, otros eufóricos
hablaban de fútbol y los de siempre, publicaban fotos de gatitos o frases
inspiracionales.
La batalla la perdimos todos. En Brasilia, en Buenos Aires y
en Montevideo. Hay que revisar todo lo que se hizo mal en estos años, pero las
responsabilidades no son de Lula o de Dilma, son de todos. Sí, tuyas y mías
también. Por eso me duele.
Perdimos una democracia y yo no tenía nadie con quién
abrazarme a llorar, porque nadie acusaba recibo del golpe.
La perdimos porque seguimos escuchando siempre las mismas
voces prefabricadas de los poderosos, desde la radio y la TV, repitiendo una y
otra vez boludeces para que no nos pongamos loquitos. La perdimos porque
tenemos un canciller que tiene miedo de decir golpe de Estado, porque es más de ellos que nuestro.
Y mientras estamos mareados discutiendo si fue o no fue un
Golpe, buscando botas de militares dónde en realidad hay solamente diputados
corruptos, ellos ya nos están desarmando la alegría, ya nos están pegando en la
dignidad, devolviendonos a la miseria.
En pocas horas volaron ministerios, programas sociales,
herramientas para contener los embates de una economía que no le tiene piedad a
los más pobres. Voló todo. A lo Macri
diría yo.
Porque lo que pasó en Brasil no es indiferente a lo que pasó
en Argentina. Y lo que va a pasar tampoco.
En Argentina ya no tienen tiempo de ver la telenovela de
Lázaro Báez para comentarla al otro día con los vecinos. No tienen tiempo,
porque están muy ocupados intentando sobrevivir en una economía que se hunde
para bien de unos pocos. No tienen tiempo porque están una vez más buscando
trabajo desesperados como hace 15 años. No tienen tiempo porque tienen que ir a
hacer la fila para recibir un plato de comida en una olla popular.
Fueron 15 años de correr a los ricos. No los corrimos lo
suficiente. Y los ricos volvieron. Volvieron y quieren recuperar el tiempo
perdido, lo que les negamos en todos estos años, lo que dejaron de ganar, lo
que no les dimos.
El problema es que estamos dormidos. La mujer que iba con la
niña por la avenida, el compañero de oficina, el pibe que fue a ver el partido
a la tribuna más barata, estamos todos del mismo lado. Del lado de los que
pierden. Como ya están perdiendo los argentinos, como perdieron los brasileros.
No se cayó Internet. No cancelaron Showmatch. No levantaron
la última novela de Globo. Nos dieron un golpe. Y ni siquiera nos dimos cuenta.
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