Un brevísimo repaso: Argentina espera con esperanza un cambio de gobierno que venga a transformar la terrible situación económica y social en la que el país se ha sumergido, con más de 15 millones de personas en la pobreza, una deuda asumida ante el FMI que es imposible de pagar en los términos en que fue acordada, el desempleo y la inflación disparados y un gobierno cómplice de la fuga de miles de millones de dólares asumidos por todos los argentinos como deuda. El nuevo gobierno, a menos de un mes de asumir, se plantea desafíos aún mayores a los que tuvo Néstor Kirchner cuando llegó a la presidencia en 2003.
Bolivia atraviesa un golpe de Estado desde el domingo pasado. Un proceso electoral dudoso desembocó en una toma violenta del poder por parte de las fuerzas policiales y milicias armadas de la oposición que hasta hoy reprimen y aterrorizan a las poblaciones más sumergidas que apoyan al presidente Evo Morales. Hemos visto renuncias a punta de pistola, torturas, ataques armados y un ejército cómplice de los golpistas. No bastó con que el presidente haya convocado a nuevas elecciones y anunciado una transformación total del Tribunal Electoral con observación de la OEA (enemiga de Morales). Los golpistas ya habían anunciado que querían deshacerse del líder indígena que gobierna el país y eso es lo que están haciendo. Más allá de que la vida del líder político no corra riesgo en su asilo mexicano, podemos esperar noticias terribles en las próximas horas, especialmente en lo que refiere a la suerte a la que han sido echados los más humildes.
Chile vive una manifestación popular desde hace semanas en reclamo por la renuncia del actual gobierno y el inicio de una reforma constitucional que siente las bases para terminar con una desigualdad de las más terribles de todo el continente (que es a su vez el continente con mayores desigualdades). Decenas de muertos, una represión feroz de los militares y apenas un amague del presidente Piñera de comenzar un proceso de reforma constitucional que parece más un espejismo que otra cosa. De renunciar, ni hablamos.
Colombia sigue sumida en la violencia interna, con un gobierno que ha puesto en jaque la paz alcanzada con las FARC y su inclusión en la vida política del país. Además, la derecha militarista que dirige el país continúa en una guerra sucia con el narco y con otros grupos paramilitares menores, al tiempo que mantiene su injerencia desestabilizadora sobre su vecina Venezuela. Hace días nomás se conoció la muerte de 8 niños a manos de un bombardeo del Ejército, pero todo sigue como si nada. Daños colaterales le dicen.
Ecuador cuenta con un presidente electo que traicionó el pacto social que incluye el programa de gobierno y la plataforma que lo llevó al poder y que giró a un modelo neoliberal que, al igual que en Argentina, estuvo acompañado de un aumento exponencial en el costo de vida y un intento (aquí aún sin éxito) de recurrir al FMI. Esto provocó un fuerte estallido social que hizo al gobierno dar marcha atrás por el momento e intentar una vía de diálogo que aún no ha dado fruto. Los sectores sociales que promovieron la protesta ya anuncian nuevas medidas de fracasar el diálogo con el gobierno. Perú cuenta con un Parlamento suspendido en funciones por un presidente que asumió tras la renuncia del presidente electo por acusaciones de corrupción. O sea, una crisis disparada por el alto grado de corrupción del sistema político de Perú, que llevó a una crisis política y a otra institucional. Un presidente en funciones que no fue elegido por la población (aunque cuenta con un fuerte respaldo popular por el momento) y un país aquejado por la desigualdad social terminan de conformar un cuadro de mucha incertidumbre y alta volatilidad. Venezuela sigue inmersa entre un gobierno de corte dictatorial y una oposición profundamente antidemocrática. El enfrentamiento directo entre ambos ya ha provocado una crisis migratoria, un vuelco del país hacia el caos y la pobreza y constantes violaciones a los derechos humanos tanto por parte del Estado como por milicias opositoras. Un caos que generó que una minoría de países y organizaciones que buscan la paz para ese país sudamericano encaren negociaciones a nivel internacional que permitan una salida relativamente pacífica a la crisis multidimensional que atraviesa el país. Y aquí estamos en Uruguay ante el mayor cruce de caminos de la historia reciente: o somos ese recinto de paz que siempre apoya la paz y que crece en medio del caos, ese pequeño y humilde milagro en el que nos hemos convertido silenciosamente en la última década trabajando fuerte para solucionar todo lo que nos queda por solucionar y haciendo frente, sin soluciones mágicas, a los nuevos desafíos que todos los días aparecen, o nos damos de frente con el resto del continente, nos sumamos al caos, primero económico, luego político y finalmente siempre social que tanto nos ha costado a todos (a todos) dejar un poco atrás. La sabiduría de los pueblos hace la diferencia en momentos claves como el que estamos atravesando en estos días. Por eso espero que seamos lo suficientemente sabios y que estemos a la altura de las circunstancias.
Chile vive una manifestación popular desde hace semanas en reclamo por la renuncia del actual gobierno y el inicio de una reforma constitucional que siente las bases para terminar con una desigualdad de las más terribles de todo el continente (que es a su vez el continente con mayores desigualdades). Decenas de muertos, una represión feroz de los militares y apenas un amague del presidente Piñera de comenzar un proceso de reforma constitucional que parece más un espejismo que otra cosa. De renunciar, ni hablamos.
Colombia sigue sumida en la violencia interna, con un gobierno que ha puesto en jaque la paz alcanzada con las FARC y su inclusión en la vida política del país. Además, la derecha militarista que dirige el país continúa en una guerra sucia con el narco y con otros grupos paramilitares menores, al tiempo que mantiene su injerencia desestabilizadora sobre su vecina Venezuela. Hace días nomás se conoció la muerte de 8 niños a manos de un bombardeo del Ejército, pero todo sigue como si nada. Daños colaterales le dicen.
Ecuador cuenta con un presidente electo que traicionó el pacto social que incluye el programa de gobierno y la plataforma que lo llevó al poder y que giró a un modelo neoliberal que, al igual que en Argentina, estuvo acompañado de un aumento exponencial en el costo de vida y un intento (aquí aún sin éxito) de recurrir al FMI. Esto provocó un fuerte estallido social que hizo al gobierno dar marcha atrás por el momento e intentar una vía de diálogo que aún no ha dado fruto. Los sectores sociales que promovieron la protesta ya anuncian nuevas medidas de fracasar el diálogo con el gobierno. Perú cuenta con un Parlamento suspendido en funciones por un presidente que asumió tras la renuncia del presidente electo por acusaciones de corrupción. O sea, una crisis disparada por el alto grado de corrupción del sistema político de Perú, que llevó a una crisis política y a otra institucional. Un presidente en funciones que no fue elegido por la población (aunque cuenta con un fuerte respaldo popular por el momento) y un país aquejado por la desigualdad social terminan de conformar un cuadro de mucha incertidumbre y alta volatilidad. Venezuela sigue inmersa entre un gobierno de corte dictatorial y una oposición profundamente antidemocrática. El enfrentamiento directo entre ambos ya ha provocado una crisis migratoria, un vuelco del país hacia el caos y la pobreza y constantes violaciones a los derechos humanos tanto por parte del Estado como por milicias opositoras. Un caos que generó que una minoría de países y organizaciones que buscan la paz para ese país sudamericano encaren negociaciones a nivel internacional que permitan una salida relativamente pacífica a la crisis multidimensional que atraviesa el país. Y aquí estamos en Uruguay ante el mayor cruce de caminos de la historia reciente: o somos ese recinto de paz que siempre apoya la paz y que crece en medio del caos, ese pequeño y humilde milagro en el que nos hemos convertido silenciosamente en la última década trabajando fuerte para solucionar todo lo que nos queda por solucionar y haciendo frente, sin soluciones mágicas, a los nuevos desafíos que todos los días aparecen, o nos damos de frente con el resto del continente, nos sumamos al caos, primero económico, luego político y finalmente siempre social que tanto nos ha costado a todos (a todos) dejar un poco atrás. La sabiduría de los pueblos hace la diferencia en momentos claves como el que estamos atravesando en estos días. Por eso espero que seamos lo suficientemente sabios y que estemos a la altura de las circunstancias.