Está defendiendo el pulmón del mundo de la depredación: Muerto. Está defendiendo los derechos de los más excluidos: Muerta. Está defendiendo el derecho a la libertad de prensa y expresión: Muerto. Está reclamando respeto por la diversidad sexual o cultural: Muerta. Ese, es el Brasil de hoy.
Cuatro años atrás, en medio de una feroz crisis económica, las cosas eran de otra manera en el gigante sudamericano. Bajo los gobiernos de Lula y Dilma, Brasil supo ser la sexta economía del mundo y sacar a millones de personas de la pobreza. Había exclusión, había ataques a la libertad de expresión, había discriminación y había un avance más lento, pero sin pausa, de la destrucción de ecosistemas. Sin embargo, ahora es todo mucho más oscuro. La vida en Brasil ya no vale y quien la defienda, corre serio riesgo de perderla.
Es oscuro el Brasil de hoy. Nadie parece entender cómo llegó a eso tan rápido, cómo cayó tan bajo. Las noticias que llegan a los noticieros de Uruguay son pocas y en general tienen que ver con fríos datos económicos que nos hablan de millones de nuevos pobres, caídas de exportaciones y producción industrial, profunda recesión económica. El problema es lo que no vemos, la degradación social que acompaña esa degradación económica: muertes de cientos (CIENTOS) de activistas ambientales y de derechos humanos, sin justicia, sin culpables, sin nombre; niños y niñas literalmente con hambre-nivel-África; violencia exacerbada hacia minorías y sobre todo impunidad, aquí y allá.
¿Cómo llegó Brasil a esto? ¿Cuánto hay de democracia en el país vecino? Es imposible saberlo, las crónicas que llegan desde cualquier rincón -desde la frontera con Rivera hasta el nordeste olvidado, son aterradora- están ahí para quien quiera leerlas o escucharlas. Hasta la Globo, el mayor monopolio mediático opositor a Lula y Dilma, que impulsó su caída más allá de cualquier legalidad, hoy reconoce que lo de este gobierno es “demasiado”.
Mirarse en el espejo de Brasil es reconocer un claro camino que no queremos transitar. Si para algo puede servir la terrible situación del gigante norteño es para alertarnos: los tiempos oscuros, esos que pensamos que nunca volverían, pueden estar aquí mucho más rápido de lo que pensamos. ¿Asustando viejas? Googleá Marielle Franco, Cristian Javá Ríos, Jean Wyllys o leete el informe de Human Rights Watch
“Uruguay no es, nunca fue y no será como Brasil” me pueden decir, y razón no les falta. Pero en nuestra pequeñez y nuestra idiosincrasia calma, hemos sabido cultivar:
- un candidato a la presidencia profundamente militarista, que ha recibido 47.000 votos en una elección interna (más que Mario Bergara, José Amorín Batlle o Enrique Antía, sin siquiera competencia interna).
- un Partido Nacional que abrazó la publicidad falsa de la mano de Juan Sartori, que propone el recorte de derechos de la mano de Verónica Alonso, que impulsa la militarización de la seguridad de la mano de Jorge Larrañaga. Todo exactamente igual que Jair Bolsonaro.
- una idea creciente de que el sistema político no da respuestas a las necesidades de “la gente”, sin discriminar dentro del sistema político y sin aclarar nunca cuáles son las necesidades y quienes son (somos?) la gente.
No es necesario caer tan bajo. No es necesario entrar en esa larga noche que hoy atraviesa Brasil. Tenemos un espejo gigante bien cerca al norte, que nos muestra un futuro posible. Sólo tenemos que mirarlo.
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Más >> ¿Cómo llegó Brasil a Bolsonaro?
El juicio político que destituyó a Dilma Rousseff nada tuvo que ver con acusaciones de corrupción. Sin embargo, Eduardo Cunha, líder en el parlamento del circo llamado Impeachment, cumple hoy una condena de 24 años de prisión por corrupción.
Quien sucedió a Dilma luego del juicio político inventado fue Michel Temer, quien además de empujar al país al precipicio de la pobreza, se encuentra hoy tras las rejas, también investigado por corrupción.
El principal candidato a ganar las elecciones en Brasil, el líder progresista Lula Da Silva fue privado de participar en las elecciones y encarcelado bajo una falsa causa de corrupción (aparentemente el presidente de Brasil era tan fácil de comprar que apenas alcanzaba con un apartamento que nunca fue de él).
Las elecciones fueron ganadas por un candidato que apostó a las Fake News, a la desinformación, al uso ilegal de datos personales y a la represión y el discurso anti política. Su nombre, Jair Bolsonaro. Su ministro de Justicia, Sergio Moro, casualmente el mismo juez que metió preso a Lula, ahora confirmado, sin pruebas y con intenciones.
La cachetada más grande contra políticos corruptos e ineptos la dio hoy el pueblo brasileño q dijo basta! En poco tiempo esa misma cachetada la vamos a dar en nuestro país. Celebro el triunfo democrático y saludo al nuevo presidente electo J.Bolsonaro #bastadeCorrupcion— Verónica Alonso (@veronica_alonso) 28 de octubre de 2018
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